jueves, 16 de agosto de 2007

El Castillo de Santiago


Con ojos brillantes a la luz del Sol me miraste diciendo…

-Mira un castillo
-Un Castillo en pleno Santiago?... - Respondí

Como había de saber que la inocencia se pierde con el paso del tiempo, que la infancia no pasa hasta que uno permite que se valla, que la ilusión se mantiene viva el tiempo que dura la esperanza, que los amigos imaginarios solo se marchan cuando uno empieza a creer en las palabras de los adultos, como iba a saber que el Viejo Pascuero solo pasa una vez al año y solo si te portas bien. Como iba a saber.

Después de un segundo me di cuenta que ya me había convertido en ese tipo de personas, que en algún momento de mi vida odie y hasta me prometí que jamás seria una de ellas.

Me di cuenta de todo lo que había vivido, de todo lo que había amado, lo que había perdido y peor aun de todas las cosas que jamás había valorado. Me di cuenta entonces que YO ya era de esas personas que solo ven sombreros, sombreros y nada mas que sombreros, me di cuenta que ya no tenia tiempo para detenerme a ver esa gigante anaconda que se había devorado a ese elefante.

Cerré los ojos por un instante y mire frente a mi se elevaba una iglesia, en pleno Santiago, con paredes corroídas y despintadas, con aspecto frió y desolado, con su reja cerrada al paso de los días gloriosos que su interior ha de haber albergado.
Solo ahí me di cuenta que aun me mirabas, buscando en mi la explicación que te debía, sin saber que era yo, quien había encontrado la respuesta en ti.

- Si hija… el mas hermoso de los castillos…


Tome tu mano y seguimos caminando, pero ahora eras tu quien me guiaba por tu ciudad.

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